Hoy he nacido otra vez (sexagésimo año consecutivo en que me sucede esto). Sin madrugar, sobre el mediodía, como en mi primer ayer.
Según la madre que me parió, hacía calor y lucía el sol en el pueblo cuando comencé a cumplir minutos de vida. Hoy, sin embargo, ni lucía el sol ni hacía calor en Oviedo cuando renací (ni rastro, por aquí, de la ola de calor anunciada por los meteorólogos, de nuevo traicionados por la cercanía que hay entre el mar y esas montañas tan altas que incluso vencieron a los musulmanes, campantes en sus caballos hasta que se toparon con ellas y sus precipicios, don Pelayo y los suyos también por allí para aguarles definitivamente la conquista).
Pues bien, apenas recién nacido entré en facebook y en mi sitio encontré un montón de felicitaciones. Resulta que, a diferencia de lo que pensaba, aún no me ha engullido el olvido por completo. Entonces me pregunté: ¿Qué podría regalarles a estas buenas personas por acordarse de mí con la ayuda o sin la ayuda del recordatorio de esa red social?
Esto mismo: una hermosa canción y una breve ficción muy real.
Adele-Set Fire To The Rain (Live at The Royal Albert Hall)
LAS IGNORANCIAS DEL SABER (fragmento inicial del relato)
El niño aparece al mediodía. La partera, finalizado el cometido, se lo entrega a la madre primeriza. Exhausta, sudorosa, la mujer del zapatero cojo recibe al hijo —hay codicia en esos brazos que ya protegen— mientras la brisa del veintiséis de junio enreda con el visillo de la ventana entreabierta. La abuela paterna del recién nacido trata de reconocer en el nieto los rasgos de su benjamín, pretende arrebatárselo a la nuera. «Déjalos tranquilos», se alía la partera con la muchacha de pelo trigueño y ojos claros. La cuarentona —en el agua del balde se va desprendiendo de una sangre que no es suya— aún ignora que en sus manos habrá más sangre ajena en pocos minutos; la del muerto, sentado en un poyo cercano, que la espera por esperar, apuñalada su existencia por el pasado en medio del año mil novecientos cincuenta y cinco.
El muerto ha llegado al poyo del vecino con un brazo sobre el vientre y el otro sobre el pecho. Ya es mayor, pero no tan viejo como el hombre que toma el sol con el cayado entre las piernas y mira más allá del río; más allá del río, la montaña, y en esa ladera, entre castaños, la tolva del pozo minero, el funicular, el castillete. También el cementerio. «Qué vida», reclama el muerto la atención del viejo. «Hueles a mierda», le contesta el viejo mellado, pelón como el niño que está naciendo, sin apartar la vista de algo que quizá solo ve con los ojos del recuerdo. «Porque me mataron». «Ya tardaban, no te quejes». Sale de casa la esposa del hombre que no está muerto. «¡Qué pasó!». «Nada, que me mataron ahí cerca». «Ya tardaban», insiste el viejo de la boina y de las madreñas y de la mirada fija o errátil. Echa a correr la mujer enlutada, pide ayuda sin saber hacia dónde corre con la premura exigua de una vejez achacosa.
La partera abre la puerta del cuarto, le sonríe al zapatero cojo: «Ya puedes entrar». Al joven zapatero igualmente lo alcanzó el pasado, lo mutiló una bomba de mano de la guerra civil que no explotó durante el conflicto, sino años después; pero él, a diferencia del muerto sentado en el poyo, no ha hecho nada para merecer lo que padece, la carencia de la pierna derecha; no ha obtenido lucro con los maquis, no ha encubierto por dinero a quienes fueron derrotados dos veces, no ha traicionado a continuación, cuando los vencidos doblemente no pudieron pagar alimento y cobijo. El padre contempla al hijo y a la mujer que los días, tras el siseo de la serpiente en la maleza, tras el mordisco canalla de la desdicha sembrada por los hombres, le han regalado. Besa a la mujer, al hijo, y ya está de nuevo en la zapatería cuando la partera se mancha las manos de sangre otra vez. «Esta herida tiene cura», estima. Entonces el muerto le muestra la otra, la que no tiene remedio posible. «Que me pongan el traje con el que me casé».
Muchas Felicididades, José Angel. Llueva o no, haga sol o no, aquí estamos con mucho cariño. Fuerte Abrazo y si lo deseas me añades a tu Facebook.
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Añadida, Carmen, y con mucho gusto.
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Gracias. Fuerte Abrazo y que disfrutes de este día
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Tardó en lucir, pero por fin salió el sol, Carmen. Eso, fuerte abrazo.
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Felicididades dije¿? Jajajaja, en fin, ya sabes Mucho más que decir Felicidades 😉 o Feliz Cumpleaños 😍
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No me había dado cuenta (como siempre me acompaña un invidente sentencioso que pronto aparecerá en este blog y todo lo malo se pega…). Un abrazo, por supuesto.
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Feliz sexagésimo aniversario
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Muchas gracias por tu deseo. Estoy procurando satisfacerlo. Abrazo va.
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Felicitaciones 🙂 Abrazos de luz
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Gracias, Mamen, que la luz sea también contigo.
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¡Felices… ¡un pibe!! Me enseñaron a llevarle un regalo al cumpleañero y hoy, al revés, recibo dos. Un abrazo.
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No me expresé bien, quería decir que cómo mostrar a esas personas buenas mi agradecimiento. Pero así se queda lo escrito. Otro abrazo para ti
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¡Felicidades, José! Que tu día esté colmado de dicha.
Saludos cordiales.
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No va mal el día, no: empezó un tanto mustio, pero después… Gracias, Loretta.
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¡Felicidades!. Por la tarde no te quejarás que estuvo bastante bueno 🙂 ¿para qué queremos más calor?
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¿Más calor? Para nada, Chus, para nada. Si casi me asfixia dos veces, una en Almendralejo y otra en Madrid. Para ellos el calor, que ya estarán acostumbrados, los pobres. Y qué curioso lo de la tarde: justo cuando acabé la entrada, sale un sol espléndido. Por hablar, claro, digo por escribir. Un abrazo.
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Esta claro que vivimos en el paraíso. Abrazo, José.
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Mis más sinceras felicitaciones! Y aquí con mucha calor…
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Gracias. Por aquí fresco y soleado. Un abrazo.
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Pues, aunque con retraso, muy feliz aniversario José. Una magnífica edad. Siempre lo es.
Un abrazo.
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De momento no me suena bien eso de sesenta, pero espero que me suene igual de mal lo de setenta. Un abrazo, por supuesto.
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